domingo, septiembre 26, 2010

cuento nuevo

Un día trabajando en mi escritorio, en uno de esos días demasiado aburridos, vi de reojo que mi reloj se reía calladito. Al principio pensé que era mi imaginación o que los terremotos (*) de fiestas patrias por fin habían traído sus replicas de una manera un tanto llamativa, por lo demás. Me hice “el loco” unos momentos para ver si se me pasaba “la tontera”, fui al baño varias veces, aún cuando no tenía ganas, pero no, cada ves que llegaba a mi escritorio y miraba de reojo al relojito, el ponía la misma cara de chiste, pero cuando lo miraba fijamente, esta ya había desaparecido.

Creyendo que me volvía loco no hable de esto con nadie, ni en mi casa y menos en mi trabajo. Sin embargo, visite un par de médicos, psicólogos, psiquiatras, un machi mapuche (que me recetaba sorbitos agua de ardiente bien cargada al natre (**) para sacarme el mal), hasta un grupo de evangélicos llego a mi casa con guitarra y todo.

Fue un mes de descanso y tratamientos poco convencionales los que me animaron a volver cien por ciento a mi trabajo, después de una justa licencia médica por stress laboral. La alegría de ver a mis compañeros y los saludos de la demás gente no me permitieron desviar mi atención hacia mi escritorio. Pero sí, ahí estaba, con una cara de cínico que no se la podía, sí, mi reloj.

Al principio nada, un reloj de lo más normal, nada de otro mundo, casi no lo miraba y el no se reía de mí, “al parecer tanto tratamiento raro sirvió” pensé por un tiempo. Fue justo después de la quincena cuando empecé a sospechar que el bendito reloj volvía a reírse de mí, justo en esos días en que todo es más lento y las bases de datos se han agotado. Las horas de trabajo se hacían eternas, sobre todo esa hora justo antes de terminar mi turno. Por el contrario los descansos nunca llegaban y cuando lo hacían eran muy breves.

La situación se hacía insostenible, mis nervios parecían resortes, el dolor de estomago justo antes de llegar al trabajo me avisaba que estaba a punto del colapso.

Un día en el que ya no pude más del insomnio decidí ponerle punto final a tan triste situación. Llegue muy temprano a trabajar, me instale en mi escritorio decidido a desenmascarar a ese reloj que me atormentaba cada día. Como era de esperar los veinte minutos que restaban para empezar mi turno se hicieron eternos, pero el reloj nada, no se le movía ni un músculo. Decidí ir a mojarme la cara, al llegar furtivamente lo descubrí, si ahí estaba con cara de complicado, colorado por el esfuerzo que estaba realizando, claro debe costarle mucho trabajo mantener estática la hora por mucho tiempo. Por fín comprendí lo que pasaba, el muy aburrido reloj de mi escritorio se dedicaba a jugarme bromas y ver que tanto resistían mis nervios, cuando yo mas quería que pasara el tiempo rápidamente el “chistosito” hacía que pasara mucho más lento el tiempo enervarme aun más y por el contrario cuando yo mas quería un descanso para salir a dar unas vueltas, el apuraba todo para hacerme llegar de inmediato.

Por fin se me ocurrió una idea brillante por su simpleza y decidí llevarlo a cabo a la brevedad. Pedí que me cambiaran de escritorio con el pretexto de que mi computador estaba fallando. Me mude a solo unos cuantos metros para así observar a gusto mi antiguo escritorio. Como esperaba todo transcurrió con calma, el tiempo pasaba como correspondía y todo iba mas tranquilo, sin embargo, ahora un ruidito parecido a los que hacen los grillos a los que hacen los grillos en el campo me mantenía intrigado. Después de mucho buscar la fuente del sonido llegue donde no quería llegar, mi antiguo escritorio. El sonido era producido por el relojito que lloraba calladito, lloraba con tanta pena que se me olvido que me había hecho pasar tantos malos ratos, así que tome una galleta con chips de chocolates, de esas que siempre manejaba en mi escritorio, le acerque la galleta disimuladamente. Por supuesto el se hizo el fuerte y se aguanto las lagrimas por unos instantes. Deje la escena esperando alguna reacción de su parte pero nada, sin embargo, ya no se oía ese ruidito. Repetí la operación cada día, pero solo cuando las galletas eran con chips de chocolate desaparecían.

Un día me llego la noticia de que volviera mi escritorio por lo cual tuve que hacerme ala idea de enfrentar nuevamente a mi reloj de escritorio. Así que estábamos de nuevo juntos, desde ese día mantuve una cajita de galletas cerca de mi reloj extrañamente el tiempo ahora es mas agradable, mis descansos son más extensos y mis minutos de stress mucho más breves.

Fin.

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